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Bienvenidos a Pato de Cerro, un espacio dedicado a la aventura, la naturaleza y el trail running. Inspirado por más de 50 años de vida, logros como corredor de montaña y miembro del club Trail MRC, aquí comparto historias, consejos y reflexiones para quienes buscan superar sus límites y equilibrar trabajo, familia y pasión.
Hay días en que uno siente que no necesita más que salir por la puerta y dejar que los cerros hagan lo suyo. Este entreno fue exactamente eso: arrancar desde Lo Planella y meterme en la montaña por la ruta Altas Cumbres. Ya la había hecho hace unas semanas, pero volver a repetirla tenía sentido. Son poco más de 22 km, con unos 2.100 metros de desnivel positivo que se sienten en cada músculo.
En La Pirca (1.949 m) el aire empieza a pesar. Aquí ya no hay engaños: la altura se siente en las piernas y en los pulmones. El reloj marcaba Z2 la mayor parte del tiempo, pero en las rampas no había forma de no pisar Z3. Cada paso era un recordatorio de que estaba entrando en terreno serio. Desde ahí arriba, las vistas son increíbles, pero lo mejor estaba más adelante.
Avanzando hacia los filos que llevan a Provincia, el sendero se abre y deja ver todo el valle. Y entonces, el golpe visual: las cumbres de Minillas y Tarapacá completamente nevadas. Un blanco intenso, brutal, bajo un cielo despejado. Me detuve un momento solo para mirar. Esas postales son las que justifican cada gota de sudor. Difícil de explicar, fácil de sentir: todos deberían verlo al menos una vez.
Después de tanto subir, tocaba lo contrario: casi 2.100 metros de desnivel negativo. Y eso no es descanso, es otro tipo de desgaste. Bajé trabajando la técnica, pasos cortos y seguros, cuidando los cuadriceps que ya venían cargados. El pulso volvió a Z2, pero la concentración tenía que estar al 100%. Una torcedura ahí y el entreno cambia de cara.
Al final, fueron 21,9 km con casi 2.100 metros de subida y bajada, entre los 735 m de Lo Planella y los 2.486 m de altura máxima. Más allá de los números, lo que me queda es la sensación de haber entrenado duro, de haber trabajado la cabeza en la subida y la técnica en la bajada. Y sobre todo, haberme regalado esa imagen inolvidable de las cumbres nevadas.
No siempre hay que buscar lejos. A veces, los mejores entrenos están en los cerros de al lado. Y cada vez que subo, me convenzo un poco más de que estos lugares no se conquistan: se disfrutan, se respetan y siempre invitan a volver.
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